lunes, 17 de mayo de 2010

Lágrimas.

Seguramente hay algo mal contigo.

Las veces que me encuentro, quien sabe cómo, contigo recargado en mi hombro, contándome alguna de tus tristezas. Que si el dinero, que si tus padres.

Los días que llegas a mi casa y te paras frente a la puerta con la cara roja esperando que te abrace al instante. Y yo que te miro y no sé si tienes alergia o qué y, con una chingada, tú esperando que te lea la mente.

Luego me quedo ahí escuchándote darle vuelta a los asuntos que a fin de mes serán los mismos cuando regreses a quejarte de que a tu hermano le gusta jalársela con tu revista de Ellen Page incluso cuando bien sabe que es tuya, tuya y de nadie más para deshonrar. Porque un día vas a casarte con alguien como ella pero nadie te hace caso porque eres muy tímido y quizás tu madre piense que eres gay.

Y yo te tranquilizo con las mismas frases que ya me sé de memoria, títulos y lemas de películas románticas o desesperados ejemplos y metáforas armados en el aire con los primeros objetos que me crucen por la mirada.

No te comprendo. No me pareces razonable. Pero hasta ese punto te entiendo.

-"Es que es bien puta. Pero la amo."

-"Tienes grandes esperanzas, pero árbol que nace torcido jamás su rama endereza. Es como esta cuchara, puedes usarla como cuchara, o hasta puedes usarla como cuchillo. Pero no puedes usarla como tenedor."

-"Sí ya sé."


Luego no sé cómo llegas a mi hombro y mi hombro se humedece, y esa humedad me da tanta rabia. Cuando te sueltas llorando te desconozco totalmente. No sé qué torcido placer te da ir a mi casa a llorarme toda la ropa.

A tu padre le cortaron un dedo con una sierra en el trabajo y tú piensas que vas a mejorar algo en casa de tu amigo siendo marica.

Yo no sé si golpearte por joto o sentirme avergonzado por los dos.

Avergonzado de mí, por ser un insensible. Avergonzado de ti, por tener la cara llena de mocos.