viernes, 10 de septiembre de 2010

Orgullo patrio.

Para tratar de ambientarme con todo este asunto del mes patrio, aquí dejo una breve lista de 7 cosas que me hacen sentir orgullosa de ser mexicana:

7.- La absoluta y entera seguridad de que jamás tendré que limpiar los vidrios de mi carro.

6.-Las adorables e indefensas ancianitas mexicanas que no saben hablar sin mentarle la madre a toda la chingada gente.


5.-El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

"...se puede contestar a la pregunta ¿qué es la Chingada?..."

4.-Café Tacuba.


3.-El mole, las tostadas, los tacos, las enchiladas, las tortillas, el atole, los molletes, las salsas, el pozole, el menudo, las gorditas. Todo lo que México puede hacer partiendo de maíz, frijol, chile y tomate.


2.-El escudo mexicano.


El más rudo de todos. Sé que hay muchísimos escudos en diferentes países que tienen águilas, pero la nuestra es un águila en pleno acto de desgarrar y engullir a una serpiente. Y como si aquello no fuera suficientemente incómodo nuestra brutal águila ha decidido estar eternamente posada sobre las espinas de un nopal.








¡Toma eso escudo de Argentina!










Y....
(tambores)
...

1.- EL CHOCOLATE


¿Qué sería del mundo si el México prehispánico hubiera decidido llevarse este secreto consigo? ¿Cuántas mujeres colicudas, hormonales e histéricas tendríamos que conformarnos con té de manzanilla? ¿A qué otra cosa culparían del acné adolescente?
Ahhh.
Viva México.


sábado, 4 de septiembre de 2010

Dinámica de lavado de platos

“Creo que ayer morí por un momento” dijo Paulino mientras secaba los platos y los guardaba después en los entrepaños.

A menudo hacía comentarios desatinados en medio de conversaciones que nada tenían que ver y siempre que un silencio se acercaba demasiado a dominar una habitación, Paulino soltaba alguna palabra, un enunciado. Lo que fuera que estuviera pasando por su mente en ese momento, aunque eso resultara muchas veces en frases incompletas, a medio comenzar.

Hablaba de todo siempre en tono monótono y por lo mismo a la gente le costaba trabajo saber cuándo Paulino hablaba en serio o no. Para Dorina, que lo conocía bien, aquello no era problema. Paulino jamás bromeaba.

“¿Cómo dices?” le preguntó Dorina, tomada por sorpresa entre sus propios pensamientos. Ella lavaba los platos.

“¿Sabías que hay aire acondicionado en el infierno?”

Dorina dejó la taza enjabonada en el fregadero y miró a Paulino por unos segundos, perpleja.

“¿Habrá calefacción en el cielo entones?” le preguntó al fin.

“Supongo.”

Dorina volvió a su taza algo inconforme.

“Yo fui a la escuela con una chica que tuvo un accidente en su auto. Dicen que estuvo muerta por dos minutos. Desde entonces siempre tenía frío.”

“¿Amiga tuya?” le preguntó Paulino desde el otro lado de la cocina, más interesado ahora en secar cada hendidura de un colador.

“Era una cabrona.”