Casi cien años se llevó la disputa entre México y
Estados Unidos por un pequeñísimo terreno árido y sin mayor valor. La culpa la
tuvo el Río Bravo en 1864, que sin hacer caso a los tratados oficiales,
maliciosamente desvió su curso un par de
kilómetros al sur a la altura de Ciudad Juárez, Chihuahua. Una minúscula broma
por parte del rio, que resultó en todo un problema para dos naciones. Al
terreno de apenas 2.4 km2 que ahora quedaba al norte del río se le
puso el nombre de El Chamizal, precisamente porque en aquel lugar no se daba
otra cosa.
Estados Unidos automáticamente se apropió de aquel
terreno, apoyándose en el Tratado de Guadalupe Hidalgo (con el que se había
dado fin a la guerra entre México y Estados Unidos), el cual claramente
estipulaba que Rio Bravo serviría como línea divisoria entre los dos países. Los
mexicanos obviamente se sintieron estafados y despojados de aquellas
valiosísimas tierras, que nunca antes habían contemplado siquiera utilizar,
pero que ahora representaban los varios siglos de abusos y desdenes que todo el
país había sufrido a manos de los estadounidenses. La disputa por El Chamizal
no fue entonces un problema de terrenos, sino que venía a simbolizar la frustración colectiva mexicana.
Al año siguiente, el presidente Benito Juárez comenzó
la reclamación de este indignante suceso, sin recibir respuesta favorable del
gobierno estadounidense. El asunto siguió causando gran indignación entre los
pobladores, e incluso se llevó a cabo en 1910 un arbitraje por medio de una
comisión internacional para solucionar esta disputa. Ahí se falló a favor de
México, pero a pesar de esto, Estados Unidos se negó a regresar el terreno.
Durante este tiempo, El Chamizal fue considerado una tierra mexicana dentro de
terreno estadounidense. La falta de control de las autoridades dio pie a que el
lugar fuera considerado zona libre para criminales.
No fue sino hasta enero de 1963, casi cien años
después de que todo comenzara, que John F. Kennedy visitó México y el tema de
El Chamizal volvió a salir a flote donde pudo por fin solucionarse en favor de
México. Para el siguiente año, el 25 de febrero, el cauce del río fue rectificado y el
entonces presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson hizo entrega
personal de El Chamizal al presidente mexicano Adolfo López Mateos, donde se
colocó una estatua conmemorativa.
La disputa en El Chamizal, no fue un problema nacional
que tuviera grandes repercusiones. Fue básicamente una lucha de palabras, que
se llevaba a cabo de manera escrita entre tratados y firmas. Nadie perdió la
vida luchando por recuperar el Chamizal. Sin embargo, fue la forma en que se
dieron las cosas en este enorme malentendido de casi un siglo, lo que me parece
tan interesante. Todo el asunto parece presentarnos una versión resumida y
simplificada de la historia de México y su relación con los vecinos del norte,
Estados Unidos.
Todo comienza siempre por algún acto aparentemente
fortuito, como en este caso el cambio del río, y con alguien queriendo tomar
ventaja. Aquí fue Estados Unidos, pero no siempre luchamos
contra otros países, de hecho la mayoría de los enfrentamientos mexicanos se
han dado de manera interna, contra nosotros mismos. Después de los reclamos,
los tratados se rompen y se ignoran, ahí es donde comienza la verdadera
batalla. El Chamizal fue un pequeño terreno sin ley, tal como todo México lo ha
sido en incontables ocasiones. Si bien es raro ver a México vencedor en alguna
contienda, como sucedió a fin de cuentas con El Chamizal, lo que ocurre después
de la victoria es siempre lo mismo: Se celebra. Y se celebra como si aquello
hubiera compensado toda calamidad desde la conquista. ¿Después de eso? Pues
nada.
Todo vuelve a su curso, los recursos son
desperdiciados, las actitudes siguen siendo las mismas. Actualmente El
Chamizal sirve sólo como recordatorio de un logro. En aquel lugar existe una
gran extensión de área baldía rodeando a la estatua que se colocó hace tantos
años para conmemorar el evento. Si bien el terreno, que hoy pertenece al
gobierno, es considerado un parque público federal, no ha servido ningún uso
verdaderamente productivo para una nación que tanto se indignó por su
momentánea pérdida.
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