lunes, 4 de enero de 2010

Estaba Indiana Jones en el zoológico cuando...

Fue mas o menos así:

Yo era un joven maestro arqueólogo que guiaba a un pequeño grupo de estudiantes. El lugar era un antiguo templo perdido (recién descubierto) en la selva. Mientras mi grupo y yo ayudábamos a limpiar las paredes grabadas del templo, una de mis estudiantes se perdió y todos nos separamos para buscarla.
Al fin logré escuchar su voz pidiendo ayuda desde dentro del templo, en un área que no tenía entrada. Cuando me recargué en la pared para escucharla mejor, presioné una trampa que se abría en el suelo y terminé dentro del templo junto con mi alumna.
Al intentar buscar la salida nos encontramos con el guardián del templo. Un tigre blanco de tres metros que intentaba comernos. Después de varias proezas, logramos escapar pero quedamos atrapados en una cámara cuyas paredes relataban la historia del tigre guardián.

El tigre blanco era adorado por los nativos, quienes habían construido ese templo en su honor. Un día un explorador que venía desde muy lejos entró en los terrenos del tigre. Al ser sorprendido por el animal, el hombre lo mató con su escopeta. Los nativos, ofendidos, capturaron al hombre y lo llevaron al templo del tigre. Ahí, el hombre fue atado junto al cuerpo del tigre.
Con ayuda de los dioses y una gema mágica, el alma del explorador fue arrancada de su cuerpo para entrar al del tigre blanco. Su penitencia era vigilar el templo por una eternidad.

Sabiendo esto, mi alumna y yo hicimos un plan para robar la gema que le daba vida eterna al tigre, la cual colgaba de su cuello. Gracias a la agilidad con la que cuenta cualquier joven maestro arqueólogo y su alumna, el plan incluía varías acrobacias y destrucción de invaluables para atrapar al tigre.
Justo cuando teníamos al tigre sometido, uno de los pilares del templo que casi habíamos derribado en la persecución, se desplomó justo sobre nosotros y el tigre escapó. Aunque yo estaba algo herido, aun podía levantarme, sin embargo mi alumna había sido golpeada por una roca en el pecho que le había roto algunas costillas y ahora se esforzaba por respirar.
El tigre, que aun tenía algo de humanidad en su alma, se conmovió por ella (quien le recordaba a un amor que tuvo y nunca volvió a ver) así que se acercó a mí tranquilamente y se arrancó la gema del cuello de un zarpazo para que pudiera ponerla sobre mi alumna y salvarla.
Sin su gema entonces el viejo tigre comenzó a debilitarse y morir mientras el templo continuaba derrumbándose. Yo y mi alumna logramos escapar justo antes de ser aplastados por una de las paredes.
Al vernos salir todos estaban asombrados por nuestra suerte, pero el templo quedó totalmente destruido y nadie creía nuestra historia. Fin.




Esta fue la primera historia que escribí. Yo tenía 7 años, soñaba con ser arqueóloga y acababa de visitar a los tigres blancos de bengala en el zoológico de San Diego. Antes de eso sólo me gustaba escribir rimas.
Aunque no conservo el cuaderno donde lo escribí, y en realidad no estoy segura si termine de escribirlo alguna vez, la historia es exactamente la misma. Excepto porque los nativos eran mayas, y creo que en algún punto había diálogos cursis de amor entre el profesor y la alumna.
Yo digo que esta historia podría ser una película cualquier día, a pesar de que en América no hay tigres salvajes, y que un par de personas sin equipo ni explosivos tienen pocas posibilidades de derribar un templo que ha sobrevivido cientos de años.
Pero esto nunca ha detenido a Hollywood.

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