viernes, 22 de enero de 2010

Lucha.

Qué mes. Ya me acostumbré a esta vida de telenovela, en serio.

El lunes me avisaron que mi bisabuela había muerto. Tenía 96 años.

Deben disculparme, cuando alguien me da una mala noticia, siempre sonrío. No es una especie de filosofía personal, burla o desinterés; es un reflejo automático que no puedo controlar. En verdad me da mucha vergüenza y no lo hago a propósito. Lo digo por si algún día me dicen algo terrible, no es falta de respeto.

Así que después de sonreír con la noticia de mi bisabuela, me di cuenta de que en realidad no estaba triste tampoco. De la pocas muertes entre familia y amigos, la tristeza no me llega hasta que veo a la gente llorar.

El velorio fue esa misma noche y al llegar vi a una familia feliz tomando café con sabor a calcetín.

He escuchado a mucha gente decir que cuando mueran no quieren que nadie llore. Esta es la primera vez que veo algo parecido. Por que mi abuela murió cuando debía, sin dejar nada pendiente después de casi cien años de ponerle buena cara a la vida. No vivió sus últimos años sufriendo dolores (si bien ya no veía más que sombras y casi no escuchaba, aun podía sostener una conversación ) y lo mejor de todo, murió dormida.

Qué elegancia de señora, mi abuela Lucha.

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