viernes, 21 de noviembre de 2008

Obituario de lo irrelevante

En la vida de Gerardo López nunca pasó casi nada. Tan poco se puede decir de su vida que se resumiría en un cuento muy corto.

Gerardo nació y creció en la misma ciudad. Sus dos padres vivían y lo querían mucho; aunque tuvo dos novias nunca tuvo esposa ni hijos y a sus cuarenta y siete años todavía trabajaba en el primer lugar donde aplicó: el supermercado del centro comercial.
Había empezado como empacador y ahora era gerente.

Su vida no era triste, tenía un par de amigos y tomaban juntos de vez en cuando. Fumaba un cigarrillo una vez a la semana, hacía deporte y cuando podía le dedicaba tiempo a su pasatiempo de armar rompecabezas.

No era héroe ni enemigo de nadie, no tenía un oscuro secreto, una obsesión, un desorden mental, un vicio, ni era perfecto en ningún sentido. No creía en fantasmas o extraterrestres pero le tenía miedo a las abejas.

Ese miedo no era descomunal tampoco, sino uno controlable.

Falleció el día de ayer mientras desayunaba, después de que una pelota de baseball proveniente del parque frente a su casa rompió su ventana y le golpeó la cabeza.
Murió ahogado en el tazon de cereal con leche sobre el que se desmayó.

Descance en paz Gerardo Lopez; alguna gente te extrañará, el resto de nosotros no.

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